Las ciudades y espacios urbanizados que conforman nuestro paisaje son entidades vivas complejas que producen un fuerte impacto sobre el planeta. Estas ciudades y espacios urbanizados son resultado de tres factores que van estrechamente ligados: el modelo de ciudad y territorial, el modelo de producción industrial y el modelo de desarrollo económico.
Los estándares de confort y calidad que impone el desarrollo económico actual crece día a día, haciendo aumentar la cantidad y diversidad de suministros necesarios (materiales, agua y energía) y, por lo tanto, la huella sobre el medio. Consecuentemente también se incrementan las emisiones y residuos que se emiten a la atmósfera, al agua, al suelo… Estos suministros y emisiones producirán un conjunto de alteraciones en el medio (lluvia ácida, calentamiento global, destrucción de la capa de ozono), ya sea de forma directa o indirecta, a consecuencia de su uso o durante la producción, transporte… Por esta razón es necesario reflexionar y tomar conciencia de las repercusiones que cualquier intervención puede producir sobre el medio durante la planificación (el diseño, la implantación, la organización), el desarrollo (el proceso constructivo), la vida útil (el mantenimiento, la gestión, el uso derivado, efectos sobre la salud) y su posterior deconstrucción o transformación.
La forma de estos espacios, los estándares marcados y su construcción son elementos esenciales por minimizar su impacto sobre el medio y garantizar un uso más eficiente, para que dé respuesta a las necesidades presentes sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras a satisfacer las suyas.
La universalización del acceso al automóvil, la disminución del coste del transporte y el paso de producción estandarizada a producción flexible basada en los flujos, redes de conexión, etc., favorecido por la evolución tecnológica y las nuevas formas de comunicación, han provocado una dispersión en el territorio depredadora de suelo, una nueva ciudad que ha destruido la idea de centro en un infinito urbanizado de espacios anónimos, difuminando los límites entre campo y ciudad, estableciendo nuevas formas de sociabilidad, dando como resultado una ciudad dispersa, segregada, poco accesible, generadora de movilidad insostenible, que comporta un alto consumo de recursos y pone en peligro el equilibrio del territorio.
En contraposición a este modelo poco sostenible encontramos el modelo de ciudad compacta, un modelo de ciudad eficiente y compleja y, aun que hay tendencia a pensar el contrario, de más calidad. Este modelo presenta una mayor eficiencia ambiental, equidad social y dinamización económica, que junto con la recuperación y transformación de las partes obsoletas de la ciudad existente en espacios funcionalmente diversos, ambientalmente calificados, socialmente activos, económicamente capaces, patrimonialmente ricos, dan un resultado más óptimo en la gestión del territorio, reduciendo el consumo de suelo, energía y otros recursos, facilitando la accesibilidad a todos los servicios y reduciendo la movilidad obligada, garantizando la cohesión social, favoreciendo la sociabilidad y el intercambio de información y el sentido de pertenencia, potenciando la idea de ciudadanía y las dinámicas participativas.
Debemos conseguir territorios eficientes económicamente, ya sea planificando los nuevos crecimientos que van apareciendo o remodelando barrios obsoletos por evitar su marginación urbana y social, para repartir cargas y beneficios, y evitar la formación de bolsas monofuncionales que distorsionen el territorio.
Debido al modelo económico imperante, el radio de acción de cada ciudad va más allá de sus límites físicos. Cada ciudad da servicio y se beneficia de los servicios de los territorios vecinos y a escalera global (infraestructuras y equipamientos compartidos, “commuting”…), formando redes de acción.
En este nuevo modelo económico, dónde las ciudades y las regiones van adquiriendo importancia, hace falta un reparto claro y definido de las responsabilidades entre los diferentes niveles de toma de decisión (local, regional, nacional), donde los gobiernos locales juegan un papel muy importante.
Para garantizar y asegurar su funcionamiento hace falta, a partir de la planificación, establecer una estrategia global que posicione y permita un funcionamiento correcto de las partes de forma independiente, y de esta dentro de las redes establecidas, para obtener un territorio eficiente y adecuado a los nuevos usos. Estos territorios eficientes y adaptados ayudarán a evitar bolsas de marginalidad que distorsionen el conjunto.
El modelo territorial basado en centros de residencia, centros de ocio y centros de trabajo, totalmente obsoleto e insostenible, provoca problemas de marginación social, problemas de movilidad y de accesibilidad, problemas a la administración para mantener los servicios (la riqueza productiva se produce en municipios diferentes de los municipios que deben dar servicio a la población). Por eso es necesario actuar tanto en la ciudad construida como en los nuevos crecimientos, asegurando la complejidad y la diversidad urbana.
Las ciudades, y en general los espacios urbanizados, tienen una elevada responsabilidad sobre los problemas medio ambientales del planeta como consumidores de recursos. Por esta razón se deben conseguir ciudades eficientes medio ambientalmente.
La ciudad, y el espacio urbanizado en general, como receptáculo físico dónde el ser humano desarrolla con gran intensidad sus actividades, es una gran consumidora de bienes materiales y energéticos, y consecuentemente una gran emisora de residuos.
Cuando el nivel de desarrollo económico aumenta y la dimensión de las ciudades crece, también aumentan las exigencias en bienes materiales y energéticos y la emisión de residuos. En contrapartida el ámbito de influencia de cada espacio urbanizado también se vuelve mayor.
La planificación será uno de los elementos determinantes para definir las tendencias futuras y así construir escenarios más óptimos, que reduzcan la huella ecológica que se produce sobre el planeta: las ciudades tienen la obligación de reducir la carga que representan para el planeta hasta lograr un equilibrio con el resto del territorio que resulte sostenible.
La distribución, la densidad, la diversidad de usos y su proximidad, las características, etc. de la edificación y el espacio urbano que conforman la ciudad, y en contraposición del territorio, son elementos que determinarán:
Nuestras ciudades deben garantizar el bienestar de sus usuarios a partir de un espacio público de calidad, que favorezca la idea de ciudadanía. Debemos conseguir ciudades diversas, que eviten la formación de “ghetos” que segreguen cierta población por sus condiciones sociales, económicas, etc.
El modelo urbano y la gestión de nuestras ciudades son aspectos fundamentales para garantizar el bienestar social de los ciudadanos.
Una ciudad compleja permite a sus usuarios un gran intercambio de información en un espacio pequeño de lugar y de tiempo, pues los impulsos recibidos por los ciudadanos son constantes gracias a la gran cantidad de actividad que concentra.
El espacio público es el espacio de relación de los ciudadanos, dónde se produce el intercambio, el conocimiento y la convivencia. La calidad de este espacio público será determinante para garantizar que esta transferencia de información se produzca de forma adecuada y de calidad. Es por esta razón que es necesario garantizar un espacio público de calidad para la vida cotidiana, que facilite su uso a las personas sin condición de edad, raza, sexo, características físicas o psíquicas, de forma segura a cualquier hora del día.
La calidad de este espacio público irá estrechamente ligada a la edificación que le sirve de apoyo y sus características. Hace falta que este conjunto sea calificado, para evitar la formación de territorios socialmente segregados, que pueden acabar destruyendo un barrio como parte del conjunto-ciudad. Por lo que son necesarias políticas que fomenten: